En el mundo del deporte infantil, los padres juegan un papel crucial en el desarrollo emocional y físico de sus hijos. Sin embargo, durante las competencias, algunos adultos olvidan que el principal objetivo del deporte en estas edades no es ganar, sino aprender, divertirse y crecer. Gritos desde las gradas, instrucciones contradictorias o gestos de desaprobación pueden convertirse en una carga emocional para los pequeños deportistas. Esta presión innecesaria no solo arruina la experiencia deportiva, sino que también puede afectar su autoestima, confianza y amor por el deporte.
Muchos niños manifiestan sentir ansiedad antes de los partidos no por el enfrentamiento en sí, sino por el temor a decepcionar a sus padres. Comentarios como «tienes que ganar» o «no puedes fallar» generan un nivel de exigencia que bloquea el rendimiento natural del niño. Además, los mensajes contradictorios entre el entrenador y los padres pueden causar confusión, impidiendo que el menor disfrute plenamente del juego y desarrolle sus habilidades.


El comportamiento de los padres también tiene un efecto directo sobre la dinámica del equipo. Cuando un padre insulta al árbitro, regaña al entrenador o menosprecia a otros niños, se envía un mensaje erróneo sobre valores como el respeto, el compañerismo y la humildad. El niño aprende a normalizar conductas agresivas o desleales, y se corre el riesgo de que adopte estos comportamientos como parte de su carácter deportivo y personal.
La actitud ideal de los padres en la competencia debe ser la del acompañamiento positivo. Esto significa estar presentes, apoyar emocionalmente y confiar en el proceso formativo. Aplaudir el esfuerzo, independientemente del resultado, escuchar al niño sin juzgarlo y celebrar los aprendizajes son acciones que fortalecen el vínculo familiar y motivan al pequeño a seguir creciendo en su disciplina. En vez de enfocarse en el marcador, los padres deberían interesarse por cómo se sintió su hijo en el campo, qué aprendió o qué disfrutó más del encuentro.
Las recomendaciones para los padres de niños deportistas, sin importar el deporte, son claras y universales:
Evitar instrucciones desde la tribuna. El entrenador es quien guía en la cancha.
No comparar a su hijo con otros jugadores. Cada niño tiene su ritmo de desarrollo.
Enseñar a valorar el esfuerzo, no solo los resultados.
Ser un ejemplo de respeto. Aplaudir al rival, respetar decisiones arbitrales y mantener una actitud positiva.
Fomentar la autonomía. Dejar que el niño asuma retos y decisiones propias dentro del juego.
En conclusión, el deporte infantil debe ser un espacio seguro, alegre y educativo. El verdadero triunfo es que los niños quieran seguir practicando deporte, que desarrollen valores y construyan recuerdos positivos junto a sus padres. Ser el mejor apoyo en las gradas no implica gritar más fuerte, sino escuchar más, observar con empatía y recordar siempre que, antes que atletas, son niños.

